Cuanto antes se automatice la lectura, más podrá el niño concentrar su atención en comprender lo que lee y volverse así un lector autónomo, tanto para aprender otras cosas como para su propia diversión.
Stanislas Dehaene
La lectura constituye una de las
actividades más asequibles para mantener una buena salud cerebral porque en ese
proceso intervienen muchas funciones cognitivas diferentes, como la percepción,
la atención, la memoria o el razonamiento. Al leer, se activa una gran cantidad
de circuitos neuronales y regiones concretas del cerebro (ver figura 1) que nos
permiten, en milésimas de segundo, reconocer las letras, combinarlas para
formar grafemas y palabras, asignarles sonidos para poder pronunciarlas y
dotarlas de significado.
El aprendizaje de la lectura es
una de las áreas de investigación en neurociencia que ha suministrado más
información novedosa con implicaciones pedagógicas en los últimos años. Y es
esa información la que queremos compartir con todos vosotros en este nuevo
artículo en Escuela con Cerebro, especialmente las investigaciones dirigidas
por uno de los grandes neurocientíficos de esta época: Stanislas Dehaene.
Leer no es natural
La lectura no constituye una actividad natural para el niño. El invento de la escritura hace 5000 años es demasiado reciente para que pueda haber influido a nivel evolutivo en nuestro cerebro por lo que, a diferencia del lenguaje hablado, constituye una habilidad que debemos aprender porque no disponemos en nuestra herencia genética de circuitos neurales específicos para la lectura. Esta es la razón por la que su aprendizaje puede ser más difícil en muchos niños, como en el caso de la dislexia. Afortunadamente, la plasticidad inherente al cerebro humano ha desarrollado un papel esencial en el reordenamiento y especialización de redes neuronales primitivas y esa misma plasticidad cerebral puede actuar como mecanismo de compensación ante las dificultades en el aprendizaje de la lectura.
Aunque la lectura es una destreza nueva para el cerebro, su aprendizaje varía según la lengua. Así, por ejemplo, en lenguas transparentes como el español, los niños requieren menos tiempo para aprender la gran mayoría de las palabras debido a que existe una correspondencia entre fonemas y grafemas (un sonido corresponde a una letra), mientras que el proceso se ralentiza en lenguas más opacas como el inglés debido a sus mayores irregularidades (Dehaene, 2015).
Los bebés, genios lingüísticos
Antes de aprender a leer, el cerebro del bebé ya está organizado para el lenguaje hablado activando, con pocos meses de edad, circuitos neurales del hemisferio izquierdo idénticos a los que activan los adultos al escuchar frases en su lengua materna (Dehaene, 2013). Los bebés son capaces, en los primeros meses, de reconocer sonidos de cualquier idioma pero antes de cumplir los dos años ya muestran preferencias por aquellos de la lengua a la que están expuestos (Kuhl, 2010). Y cuando el niño tiene dos años puede nombrar los objetos en voz alta porque tiene un sistema visual organizado que le permite identificarlos. Pero leer una palabra requiere mayor complejidad y los estudios en neurociencia revelan que para reconocer letras y palabras escritas se ha de reciclar una región específica de la corteza visual: el área visual de formación de palabras o “caja de letras del cerebro” (en inglés VWFA, visual word form area, o letterbox), una región en la que se concentra gran parte del conocimiento visual de las letras y de sus combinaciones (ver figura 2). Sin olvidar que aunque existan periodos sensibles en el aprendizaje de la lectura, un aprendizaje temprano del niño a los 3 años de edad no tiene por qué ser más eficiente que cuando se da a los siete u ocho años, por ejemplo (Tokuhama-Espinosa y Rivera, 2013).
Reciclaje neuronal
Las evidencias empíricas sugieren que para el aprendizaje de la lectura se necesita que una parte de las neuronas de una región que integra las áreas visuales del cerebro del niño en el lóbulo temporal izquierdo y que le sirven para reconocer objetos y rostros, la llamada “caja de letras”, se recicle para que pueda responder cada vez más a las letras y las palabras (Dehaene y Cohen, 2011). Esta importante región que interviene en un circuito de lectura universal que comprende rutas tanto fonológicas como semánticas, se activa de forma proporcional a la capacidad lectora, es decir, los lectores adultos y los niños que aprendieron a leer activan más la “caja de letras” que las personas analfabetas o los niños que no han aprendido a leer todavía (ver figura 3), respectivamente (Dehaene, 2014). Y no solo es esta región cerebral la que se desarrolla, porque aprendiendo a leer se mejoran circuitos que codifican la información visual o los sonidos de las palabras, lo cual tiene una incidencia positiva en la memoria oral.
Conciencia fonológica
La conciencia fonológica es una competencia esencial en el aprendizaje de la lectura que permite al niño ser consciente de los sonidos elementales, los fonemas, que componen las palabras del lenguaje hablado. En la fase inicial del aprendizaje de la lectura, en el que se va conociendo el abecedario, es imprescindible la decodificación fonológica que permitirá al niño ir articulando los fonemas que forman una sílaba (caaa-saaa) y descomponer cada palabra letra a letra (c-a.-s-a) para identificarla y conocer su significado. Cuando el proceso se vaya automatizando, el cerebro ya no necesitará descomponer la palabra letra a letra y la identificará con su representación ortográfica buscando su significado. En la práctica, puede acelerarse la adquisición de la conciencia fonológica con juegos lingüísticos como adivinanzas, rimas, rondas infantiles, etc. (Shanahan y Lonigan, 2010).
Atención, pero la adecuada
En el niño existirá una tendencia
natural a interpretar la palabra como un todo. Pero se requiere una atención
selectiva para poder ir identificando las letras que conforman las palabras. En
la práctica, se ha comprobado que no es suficiente exponer al niño a letras
sino que hay que ir enseñando de forma sistemática las correspondencias entre
fonemas y grafemas para acelerar el aprendizaje de la lectura porque es lo que
permite que áreas corticales terminen especializándose en el reconocimiento de
las palabras escritas. Al explicar a los niños que las palabras están
compuestas por letras que constituyen las unidades elementales del lenguaje
hablado se activa con normalidad la “caja de letras” del cerebro y con ello el
circuito de lectura universal del hemisferio izquierdo que es el más eficiente.
Sin embargo, cuando se focaliza la atención en la palabra completa, la
información satura la memoria de trabajo del niño y se activa una región del
hemisferio derecho que es menos eficiente en el proceso de la lectura (Dehaene
et al., 2015). En definitiva, el entrenamiento fonológico en el que se enfoca
la atención en las correspondencias entre fonemas y grafemas parece ser el más
adecuado para el aprendizaje del niño y le permite un desarrollo autónomo.
Además, también se ha comprobado que es el más eficaz en el caso de niños
disléxicos (Shaywitz et al., 2004).
Escritura en espejo
La confusión de letras en espejo
(por ejemplo, “b” y “d”; ver figura 4) es una confusión que puede darse de
forma transitoria en cualquier niño, no solo en los disléxicos, y está
directamente relacionada con el reciclaje neuronal del que hablábamos
anteriormente. Nuestro cerebro evolucionó desarrollando un sistema que nos
permite identificar los rostros y saber que una persona es la misma vista desde
la izquierda que desde la derecha. Y esta misma organización cerebral es la que
hace que el niño vea letras simétricas y las identifique como iguales. Pero
esta capacidad cerebral para el reconocimiento visual de caras no es útil en la
escritura y se ha de producir el correspondiente reciclaje neuronal, o si se
quiere el desaprendizaje en la “caja de letras del cerebro” (Dehaene et al.,
2010). Y en este proceso, se ha comprobado que es muy útil enseñar a los niños
ejercicios en los que vayan trazando las letras con los dedos, es decir, añadir
a los estímulos visuales y auditivos la exploración háptica, a través de la
práctica de los gestos de escritura, acelera el aprendizaje de la lectura
(Fredembach et al., 2009) incidiendo en una ruta neural específica que no está
asociada al reconocimiento de objetos sino a su orientación.
Automatismos
A través de la práctica, el niño
automatizará el proceso de la lectura liberando espacio en su memoria de
trabajo y mejorando así la eficiencia cerebral. No es casualidad que el grado
de comprensión de los textos escritos por parte de los adolescentes dependa de
la frecuencia de sus lecturas durante la infancia (Cunningham y Stanovich,
1997).
En los lectores expertos se
activan de forma paralela dos rutas neurales de procesamiento complementarias:
la fonológica, que nos permite pronunciar las palabras nuevas e intentar
acceder al significado de las mismas, y la léxica, que es la que utilizamos
para palabras conocidas y que nos permite recuperar de forma directa su
significado (Dehaene et al., 2015). Pues bien, el niño, conforme va
automatizando la lectura, convierte la decodificación fonológica de la palabra
en letras en un proceso simultáneo, reconociendo con mayor rapidez las palabras
frecuentes porque empieza a desarrollar la ruta léxica y así puede interpretar
directamente el significado de las palabras escritas sin mediar los sonidos de
la pronunciación. Según el niño aprende a leer dispone de más herramientas que
le permiten entender el significado de las palabras.
¿Y en el caso de la dislexia?
A pesar de que algunos niños
reciben una enseñanza adecuada y se esfuerzan mucho, tienen dificultades para
aprender a leer. Y pueden desenvolverse muy bien en otro tipo de tareas.
En la actualidad sabemos que la
dislexia tiene un origen genético, se da más en las lenguas opacas y está
asociada a una mayor dificultad en la adquisición de la conciencia fonológica.
Las neuroimágenes han revelado que existe una activación anormal en la corteza
occipito-temporal izquierda, en el giro frontal inferior izquierdo o en el
lóbulo parietal inferior, regiones cerebrales que intervienen en la
descodificación fonológica, las representaciones fonológicas y la atención,
respectivamente (Ylinen y Kujala, 2015). Y ello repercute, especialmente, en
una organización deficiente de la “caja de letras del cerebro”. La buena
noticia es que la gran mayoría de los niños disléxicos puede aprender a leer a
través de una práctica intensiva en la que hemos de ser pacientes para
enseñarles a orientar la atención hacia los grafemas, los fonemas y sus
correspondencias.
Qué importante es la detección temprana
de estos déficits para que podamos aplicar los correspondientes programas
compensatorios. Y en los últimos tiempos se ha comprobado la eficacia de
algunos programas informáticos presentados como videojuegos, comoGraphogame,
en el que los niños han de decidir con rapidez qué letras corresponden a los
sonidos (ver figura 5). Unas cuentas horas repartidas en pocas semanas son
suficientes para que mejore la “caja de letras del cerebro” de niños disléxicos
o de aquellos con dificultades en el aprendizaje de la lectura pertenecientes a
entornos desfavorecidos (Ojanen et al., 2015).
Principios fundamentales
La neurociencia ha identificado
los circuitos cerebrales principales que sustentan el aprendizaje de la lectura
y estos conocimientos, como tantas veces hemos comentado en Escuela con
Cerebro, son compatibles con diversas estrategias educativas. Así, por ejemplo,
aunque hemos visto la importancia de orientar la atención hacia los grafemas y los
fonemas y no a la palabra de forma global, igual de útil será un enfoque que
parte de la palabra para descomponerla en letras que, al revés, partir de las
letras para componer las palabras.
Como consecuencia de todas sus
investigaciones realizadas, Stanislas Dehaene (2015) ha establecido una serie
de principios básicos, todos ellos igual de importantes, que pueden orientar la
enseñanza de la lectura en la fase inicial en la que la decodificación
fonológica adquiere un protagonismo fundamental. Estos principios que están
referidos al español y que acompañamos con un brevísimo comentario son los
siguientes:
- Principio de enseñanza explícita del código
alfabético: el abecedario español funciona atendiendo a reglas simples
que se han de conocer.
- Principio de progresión racional: hay
ciertos grafemas que son prioritarios por lo que hay que enseñarlos antes.
- Principio de aprendizaje activo, que asocia
lectura y escritura: aprender a componer las palabras y a escribirlas
facilita el aprendizaje de la lectura en muchas etapas.
- Principio de transferencia de lo explícito a lo
implícito: se ha de facilitar el proceso de automatización de la
lectura.
- Principio de elección racional de los ejemplos y
de los ejercicios: la elección de ejercicios y ejemplos ha de ser
cuidadosa y debe tener en cuenta el nivel del alumno.
- Principio de compromiso activo, de atención y de
disfrute: el contexto de aprendizaje ha de permitir que el niño se
sienta seguro y motivado.
- Principio de adaptación al nivel del niño: el proceso de aprendizaje no puede ser mecánico sino que debe suministrar retos adecuados que permitan al niño sentirse protagonista y seguir avanzando.
En la enseñanza, muchas veces,
las simples intuiciones no son suficientes para garantizar las buenas prácticas
educativas y es por ello que los docentes deberíamos analizarlas y
contrastarlas de forma rigurosa en el aula. Conocer los factores fisiológicos,
socioemocionales o conductuales que inciden en el aprendizaje de la lectura
facilitará el progreso de cada niño. Y eso es lo más importante.
Fonte: Escuela con cerebro
Fonte: Escuela con cerebro