Incapaces de apreciar la música
Conocido como amusia, este
trastorno lo produce una lesión neurológica que altera la percepción auditiva
y, aunque el individuo oye perfectamente, no es capaz, sin embargo, de
distinguir los tonos, la melodía ni el ritmo de las canciones.
El que escucha música siente que
su soledad, de repente, se puebla. Así la definió el poeta Robert Browning.
Porque la música despierta emociones, estimula sentidos, regala viajes en el
tiempo... y construye la Historia.
Y disfrutarla es un privilegio
del que no somos conscientes hasta que lo perdemos. Y no por una sordera, al
menos no la que definimos como tal, sino por una «sordera tonal», esto es, oír
pero no apreciar las cualidades de la música, ser incapaz de distinguir de qué
canción se trata cuando suena por la radio. «Lo que le ocurre al paciente es
que sí percibe el sonido, es decir, oye porque la audición no está dañada, pero
no es capaz de distinguir de qué tipo de melodía se trata, qué estilo es, o qué
autor...» explica Pablo Irimia, vocal de la Sociedad Española de Neurología
(SEN). Es lo que los expertos denominan amusia. «Esta alteración se produce en
personas que a lo largo de su vida adquieren formación musical, pero que en la
edad adulta, debido a una lesión en una parte del lóbulo temporal del cerebro,
pierden esta capacidad musical», dice Irimia.
Por su parte, David Ezpeleta,
neurólogo del Hospital Quirón de Madrid, especifica que «así como algunos
pacientes pierden la capacidad para expresarse o entender el lenguaje hablado
–hablamos entonces de afasias–, otros, excepcionalmente, consultan por una
pérdida de su capacidad para la percepción auditiva, la lectura (partituras),
escritura (partituras) o ejecución (interpretación con instrumentos) musical
que no se debe a alteraciones sensitivas (por ejemplo sordera) o motoras». En
otras palabras, «en las amusias puras, y hay un sinnúmero de variantes, se
afectan principalmente las vías neuronales encargadas de experimentar la música
o producirla, sus síntomas son muy específicos y los pacientes que
habitualmente consultan por ellos son músicos profesionales».
Algunos ejemplos de lesiones son
los infartos cerebrales o daños tumorales. «Las amusias adquiridas se deben
fundamentalmente a enfermedades neurodegenerativas (demencias), súbitamente
sobrevenidas como ictus o traumatismos craneoencefálicos, o tumorales», señala
Ezpeleta.
El cerebro está bien organizado
en «compartimentos» cada uno de los cuales tiene una función específica. «En el
lóbulo temporal del mismo es donde se localiza la región que se ocupa de la
capacidad musical. Con frecuencia, estos pacientes tienen lesiones cerebrales
más extensas en la que, además de afectarse la capacidad musical, también puede
tener problemas para comprender el lenguaje», explica Irimia. No obstante,
Ezpeleta sostiene que «así como el lenguaje podemos localizarlo en el
hemisferio izquierdo en la mayoría de las personas, la complejidad de la
experiencia musical distribuye prácticamente por todas las áreas cerebrales,
todos y cada uno de sus componentes incluyendo ambos hemisferios, lóbulos
occipitales, parietales y temporales, áreas prefrontales, sistema límbico
(emoción de la experiencia musical), cerebelo (ritmo), etc. La música es una
función cognitiva suprema que sorprende incluso en el plano neuroanatómico».
Sentimientos
Si la música es emoción pura,
¿cómo afecta la amusia a las emociones? «La música, en menor o mayor grado,
conmueve. Sin duda, parte de la información musical se integra en el sistema
límbico, promoviendo respuestas emocionales, sean alegres o tristes, lo que no
quiere decir que una canción triste o melancólica, como “Tears in Heaven” de
Eric Clapton o “Kentucky Rain” de Elvis Presley nos lleven consecuentemente al
desasosiego. Es más, parece ser lo contrario. La música melancólica libera neurotransmisores
como la dopamina relacionados con el placer. Y no parece ser el melancólico
placer de la tristeza, sino de una especie de “reset” que puede llevarnos a la
alegría. Hay más paradojas de este tipo. Según parece, escuchar música “heavy
metal” relaja (doy fe) y una audición completa del Op. 4 de Vivaldi (La
Stravaganza) puede tener efectos contrarios. Por otro lado, así como existe un
trastorno denominado alexitimia en que los pacientes no pueden expresar con
palabras sus emociones, es muy probable que también exista una alexitimia
musical. El sustrato anatómico sin duda existe», argumenta Ezpeleta.
Probablemente, el caso más
conocido es el del compositor Maurice Ravel (1875-1937). A partir de 1932
desarrolló un trastorno del lenguaje de tipo afásico. «Fue asociando otros
síntomas de orden apráxico (pérdida de funciones aprendidas automatizadas),
como por ejemplo nadar, según recuerdo haber leído en la obra “Ravel”, de Jean
Echenoz. A finales de 1933 Ravel dijo: “Nunca terminaré mi Juana de Arco, esta
ópera está allí, en mi cabeza, la oigo pero no la escribiré jamás, se acabó, ya
no puedo escribir mi música”. Sufría una amusia que, asociada al resto de
síntomas, conformaban una demencia neurodegenerativa», concluye Ezpeleta.
El diagnóstico
Detectar la amusia es complicado,
según explica Irimia, ya que no se trata de una consulta que suelan hacer los
afectados. «No obstante, existen test que permiten medir el grado de alteración
de la capacidad musical que los pacientes padecen». Respecto al tratamiento,
éste depende de la causa. Si la lesión es debida a un tumor o malformación
vascular que comprime o daña ese área, lo principal será extirparlo para ver si
mejora. Si se trata de un ictus el paciente debe recibir tratamiento
específico. No obstante, cuando la lesión ya está establecida su recuperación
no es fácil», concluye Irimia.
Fonte: La razón